Por Pablo Lobos. Gerente de Desarrollo de Competencias, CEIM
Durante mucho tiempo vimos la capacitación como algo rígido y solemne. Pensábamos que, cuanto más serio el ambiente, más profundo sería el aprendizaje. Sin embargo, el tiempo nos mostró una realidad distinta: la inquietante curva del olvido y un conocimiento que no siempre se traducía en la práctica. La gente asistía, memorizaba y aprobaba, pero la verdadera transformación de competencias no se hacía presente.
Fue precisamente ese escenario el que nos llevó, como CEIM, a cambiar el enfoque. Para enfrentar los desafíos de la Industria 4.0 no bastaba con mantenerse actualizado, necesitábamos construir un “ecosistema de aprendizaje”.
Aunque el término gamificación se acuñó en 2002, no fue hasta hace algunos años que realmente cobró fuerza. Enseñar a través del juego activa procesos cognitivos complejos, involucra emociones y fomenta una motivación genuina en quienes aprenden. Este enfoque es coherente con nuestra metodología formativa, donde buscamos que el 70% del aprendizaje provenga de experiencias prácticas, y el otro 20% del intercambio social. Finalmente, el 10% restante se destina al aprendizaje teórico, donde contenidos estructurados refuerzan lo aprendido en la práctica.
Hoy el desafío no es enseñar más, sino enseñar mejor. El conocimiento significativo no es aquel que se transmite en presentaciones o manuales, sino el que emerge de la interacción directa, de la experimentación consciente y del error reflexivo. Para formar profesionales altamente competentes para industrias cada vez más complejas, hay que dejarlos jugar. Porque el juego transforma la manera en que las personas adquieren competencias, trabajan y se desarrollan.
La formación técnica debe promover un entorno dinámico, interactivo y profundamente conectado con lo que ocurre en el mundo real. Un espacio donde jugar no es visto como perder el tiempo, todo lo contrario, es ganar.
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