El aumento del estrés crónico ha convertido el “ruido mental” en uno de los síntomas más extendidos del fin de año. Estudios recientes revelan cómo esta sobrecarga afecta al cuerpo, al sueño y a la salud, pero la nutrición y el apoyo fisiológico pueden volverse claves para recuperar el equilibrio.
Cada diciembre parece repetirse la misma escena: la agenda se repleta, los correos se acumulan, las compras de último minuto nos persiguen y los pensamientos no tienen freno ni siquiera cuando el cuerpo está en la cama. Ese “ruido cognitivo” que nos mantiene despiertos, repasando pendientes y anticipando problemas, no es casualidad; es parte de un fenómeno más profundo y silencioso: el síndrome de burnout (fatiga). Este agotamiento, que la Organización Mundial de la Salud describe como resultado de un estrés laboral crónico mal manejado, también tiene consecuencias palpables en todo nuestro organismo.
En Chile, este fenómeno ya alcanzó niveles inquietantes: según el estudio Burnout 2025 realizado recientemente por Laborum, 9 de cada 10 trabajadores reportan experimentar síntomas de fatiga laboral, con estrés y desmotivación como parte del día a día y una marcada dificultad para desconectarse incluso fuera de la jornada laboral. Una realidad que, aunque se mide principalmente en contextos formales de trabajo, también se refleja en personas que sostienen cargas físicas y mentales permanentes fuera de una oficina como dueñas de casa y cuidadores, donde la exigencia constante y la falta de pausas generan un agotamiento similar. Es más, un 84% de las personas encuestadas afirmaron sentirse más agotadas que el año anterior, una señal clara de que la acumulación constante de tensión no está dando tregua. A nivel global, casi la mitad de la fuerza laboral también reconoce sentirse colapsada o bajo presión regular, según estudios internacionales sobre estrés y burnout.
Cuando el estrés deja de ser mental y se vuelve corporal
¿Pero qué significa esto para nuestro cuerpo? No se trata únicamente de “estar cansado”. El estrés permanente, que en su fase aguda activa la respuesta de lucha o huida del sistema nervioso, acaba por desbordar nuestros mecanismos de recuperación. Los efectos son múltiples: desde tensión muscular persistente, dolores de cabeza y trastornos digestivos hasta un sistema inmunológico debilitado, mayor riesgo de presión arterial alta y alteraciones hormonales, todo ello alimentado por niveles elevados de cortisol que no bajan nunca según explica la Asociación Americana de Psicología en el artículo “Efectos del estrés en el cuerpo”. Con esta “alerta constante” encendida, dormir bien deja de ser un lujo para convertirse en una necesidad biológica fundamental.
Aquí es donde entra en juego una verdad que a veces subestimamos: el descanso no es lo opuesto al trabajo, es parte de la productividad y la salud. Dormir bien regula los neurotransmisores, permite que el cerebro y el cuerpo reparen los daños celulares, y baja el “volumen” del sistema de alerta interno. Sin sueño profundo y reparador, el estrés se acumula, la toma de decisiones se vuelve torpe y el sistema inmunológico se resiente.
Pedro Grez, autor del libro “Los mitos me tienen gord@ y enferm@” y creador de la primera línea chilena de suplementos de etiqueta limpia, señala con claridad: “Tu cuerpo puede estar en la cama, pero si tu cerebro no descansa, ninguna jornada será realmente recuperadora. El burnout de fin de año no se combate con más café ni con apagar la luz; se controla al ayudar a tu biología a desconectarse de verdad”. Esta frase encierra algo que demasiadas veces olvidamos: nuestro organismo responde a señales, no solo a intenciones.
Cuando la biología necesita apoyo
La nutrición y la suplementación pueden jugar un papel clave en este proceso de lograr un descanso reparador. Según publicaciones de The American Journal of Clinical Nutrition, el estrés psicológico y ambiental sostenido incrementa el consumo y la pérdida de micronutrientes esenciales como magnesio, zinc y vitaminas del complejo B, todos fundamentales para la regulación del estrés y la función neurológica óptima. En la misma línea, un análisis recopilado por el National Institutes of Health muestra que la suplementación con vitaminas y minerales se asocia a una reducción significativa del estrés percibido, la fatiga mental y los síntomas de ansiedad leve en adultos sanos.
A nivel neurobiológico, investigaciones en nutrición y salud mental han demostrado que estos micronutrientes participan directamente en la síntesis y regulación de neurotransmisores como la serotonina y la dopamina, así como en el equilibrio hormonal y los mecanismos antiinflamatorios que protegen al cerebro frente al estrés crónico. En este contexto, la suplementación no aparece como un atajo ni una moda, sino como una herramienta validada para restaurar funciones biológicas que el ritmo de vida moderno tiende a agotar de forma constante.
Desde esa perspectiva, tratar el burnout no pasa por “activar” el cuerpo con estimulantes, sino por ayudarlo a salir del estado de alerta permanente. Nutrientes como el magnesio —clave en la relajación neuromuscular y en la modulación del sistema nervioso—, el zinc y las vitaminas del complejo B —imprescindibles para la producción de neurotransmisores y la respuesta al estrés—, junto a adaptógenos de origen natural, han sido ampliamente estudiados por su rol en la regulación del eje estrés–sueño–recuperación. El punto, advierte Pedro Grez, no está en consumirlos de forma aislada o reactiva, sino en cómo se combinan y se administran: “El cuerpo no funciona por ingredientes sueltos, funciona por sistemas. Cuando hablamos de estrés y burnout, necesitamos formulaciones que conversen entre sí y actúen en red, no soluciones parche”.
En esa línea, Grez destaca la importancia de la suplementación como apoyo fisiológico real, especialmente cuando la alimentación y el descanso ya no alcanzan para reponer lo que el estrés crónico consume. Por lo mismo, su marca ha desarrollado formulaciones sinérgicas que buscan acompañar procesos como la desconexión neurológica nocturna, la reducción de la tensión física y la recuperación cognitiva, no como una promesa inmediata, sino como parte de una estrategia integral de salud en contextos de alta exigencia.
Herramientas concretas son: aprender a establecer límites claros entre el trabajo y la vida personal, priorizar el sueño y los hábitos que facilitan una noche reparadora, mantener una alimentación rica en micronutrientes y considerar la suplementación estratégica cuando el organismo lo necesita. Como afirma Pedro Grez: “No es cuestión de apagar la mente, sino de enseñarle a desconectarse. El descanso es una habilidad, no un accidente”.
En definitiva, enfrentar el burnout de fin de año implica reconocer que el estrés acumulado no se disuelve por arte de magia con la llegada de enero. Implica atender al cuerpo y a la mente de forma integral, entender que nuestro ritmo biológico no fue diseñado para estar en alerta constante y que abrazar prácticas —desde el sueño hasta la nutrición consciente— nos permiten recuperar no solo energía, sino equilibrio. En un tiempo donde el agotamiento se ha vuelto norma, tomar acciones deliberadas por nuestra salud ya no es opcional, es esencial para seguir adelante sin quedar consumidos por el fuego que pretendemos controlar.
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