Experto OLO-UOH señala que pérdidas comerciales asociadas a feriados también reflejan fallas estructurales y variables críticas como bajos salarios, informalidad y productividad.
Chile promedia una jornada laboral de 44 horas semanales, una de las más extensas de la OCDE, superando a países como Alemania (34,3 h), Noruega (38‑40 h) y Países Bajos (29,5 h), donde también se registran mayores salarios. Para reducir esa carga, la Ley de las 40 Horas avanza de forma gradual hasta su aplicación obligatoria en 2028. Sin embargo, el debate actual gira en torno a la posible eliminación de los feriados irrenunciables, lo que ha generado tensión entre el sector comercial y quienes defienden el derecho al descanso protegido por ley.
A esto último, el analista del Observatorio Laboral O’Higgins (OLO-UOH), Franco Antonucci, si bien estima que los días feriados impactan en ventas negativas de hasta $1.300 millones -según datos de la Cámara de Comercio-, la discusión sobre eliminar los días irrenunciables visibiliza una tensión no resuelta entre crecimiento económico y bienestar laboral. La reflexión que le deja esta disputa se acerca más a si realmente se trata de un problema de días libres o si es momento de replantear el modelo laboral chileno.
“El efecto económico existe sin duda alguna, pero de todos los días festivos en Chile, solo cinco son irrenunciables. Estudios como el de Rosso y Wagner (2021) revelan que un día feriado extra reduce el PIB en un 0,2 %. Aun así, otros factores como los bajos sueldos, la sobrecarga laboral o la informalidad tienen un peso estructural mayor en una productividad del país, que se ha venido desacelerando a partir de la década del 2000”, y es donde radica una de las variables más críticas, según indica el experto.
Propuesta virtuosa
Antonucci plantea que, más allá de suprimir días protegidos por ley se requieren de reformas sistémicas asociadas a una mayor inversión en tecnología, y aumentos de sueldos en función de la productividad. “Y en ese sentido, estos aumentos junto a jornadas de trabajo más cortas podrían mejorar la calidad de vida, siempre y cuando estos salarios se paguen de acuerdo con una mayor productividad a escala estructural -tal como lo plantea Daron Acemoglu (2019)-, que también debe venir acompañado del impulso de la formalización laboral a modo de completar ese círculo virtuoso sueldo-productividad”, explica el analista.
Riesgos y desafíos
También advierte que, sin medidas paralelas para fortalecer la productividad, la reducción de jornadas laborales similares a los de la OCDE podría ser contraproducente en el contexto chileno actual, donde la tasa de desempleo se ubica en un 10% en varias regiones del país.
“Dadas las elevadas tasas de desempleo que se han observado en el último tiempo (8,9% en el último trimestre móvil de medición Abr-Jun, con regiones que superan el 10%), podría ser riesgoso pensar en disminuir la jornada laboral (recordar que en este gobierno se aprobó la ley de las 40 horas, que recién tendrá efecto total en abril de 2028) a la vez que se incrementen los salarios. Lo que no debemos perder nunca de vista es mejorar las políticas públicas en aras del bienestar de las personas”, asegura.
Frente a estos desafíos, Antonucci propone flexibilizar rigideces del mercado laboral para estimular la reasignación productiva, incentivar la movilidad laboral hacia empresas más eficientes, y elevar la calidad educativa como base de un crecimiento sostenido.
“Las reformas deben permitir que un trabajador productivo se traslade a firmas de alto desempeño sin trabas. Trabajo, educación y regulación deben integrarse para que el sistema recompense la productividad. Solo así los feriados no se verán como pérdidas, sino como parte de un modelo más equilibrado y humano”, lo cual también forma parte del debate por una economía compatible con los mejores estándares de vida, concluye el docente.
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