Por Manuel Lencero, CEO y fundador de Unlimited

En Europa, y particularmente en España, algo cambió en los últimos cinco años. Mientras el término “sostenibilidad” ocupaba hasta hace poco un lugar más próximo al departamento de comunicación que al comité ejecutivo, hoy se ha convertido en un vector de competitividad, innovación y resiliencia empresarial. Ya no se trata de parecer una empresa responsable, sino de serlo y demostrarlo con resultados.
Las cifras lo avalan, la inversión de impacto superó en España los 2.400 millones de euros en 2021, según Spain NAB, y continúa en ascenso. Este tipo de inversión, que busca retornos financieros junto a impactos sociales y medioambientales medibles, está transformando silenciosamente los cimientos del modelo empresarial tradicional. A escala europea, el mercado de inversión de impacto podría alcanzar los 1.200 millones de euros en 2025, según estimaciones de la OCDE.
Pero esto no va solo de capital. Va de mentalidad.
Hoy vemos cómo compañías líderes como Danone, Unilever, Naturgy, MasOrange o Lilly están integrando el impacto en su estrategia. No lo hacen por moda, ni por presión regulatoria. Ellos han comprobado que los modelos de negocio que generan valor también crean ventajas competitivas sostenibles.
Una encuesta de Deloitte a más de 2.000 directivos en 21 países reveló que el 82% de las empresas con estrategias ESG maduras mejoraron su rentabilidad. Y no es casualidad, las compañías que ponen el propósito en el centro retienen mejor el talento, fidelizan a sus clientes y acceden a financiación en mejores condiciones.
Tras más de una década trabajando con grandes compañías desde Unlimited, hemos comprobado que la transformación ocurre cuando las empresas se atreven a mirar sus propios retos sociales, medioambientales y organizativos como una oportunidad estratégica.
Hoy en Europa, compañías líderes están reformulando su estrategia. La pregunta es: ¿qué puede aprender América Latina de este proceso?
Chile se encuentra en un momento crucial. Con sectores estratégicos como la minería, la energía o la agroindustria bajo presión ambiental y social, y con una ciudadanía cada vez más consciente y exigente, es el momento de anticiparse y no hay que partir de cero. Existen modelos, datos y experiencias que demuestran que es posible y rentable hacer empresa desde otro lugar.
Y esto no va solo de regulación, va de liderazgo. De que más CEOs se pregunten: ¿cuál es la huella real de mi empresa? ¿A qué problemas estamos ayudando a resolver? ¿Qué tipo de valor estamos creando para la sociedad?
En palabras del Foro Económico Mundial, “el futuro de la economía dependerá de empresas que midan su éxito por el impacto que tienen en las personas y en el planeta, no solo por sus márgenes de beneficio”.
Acompañar esta transformación no es sencillo. Requiere cuestionar inercias, redefinir indicadores y poner a las personas en el centro. Pero los resultados son empresas más sólidas, más humanas y, paradójicamente, más rentables.
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